Al inicio de este agonizante 2016, declaré que iba a ser el mejor de mis años... Durante los primeros nueve meses me parecía que esa declaración no se estaba cumpliendo, hasta ese momento no entendía como me podían estar sucediendo tantas cosas en tan poco tiempo, cosas que parecían buenas y no estaban resultando tan buenas y en apariencia saliéndose de control: Muchos sueños, oportunidades, elecciones, compromisos, abusos, temas de salud, prueba y error, intentos y fallos, conversaciones e interpretaciones personales que solo restan... Miedo al final de todo.
Hoy entiendo perfectamente que esa declaración fue poderosa, válida e incluso sobreabundante. Los últimos tres meses he sido capaz de observar e interpretar. ¿Cual es la diferencia más evidente entre vivir y sobrevivir? ¡La capacidad de moverte fuera de tu zona de confort! Todo el año estuve en un constante movimiento fuera de ese lugar de sobrevivencia, unas veces por elección propia, otras más como resultado de mis acciones previas. En mi trabajo, en mi autoestima, en mis relaciones, en mis sueños, en mis creencias, en mi crecimiento personal, en mi visión... Soy consciente de que he vivido de manera más nutrida este año que cualquier otro, que he aprendido mucho más que nunca, de cada experiencia, de cada charla, de cada lectura, de cada canción y de cada fotografía. Hablar menos y escuchar más, buscar y no perseguir afanosamente. Conseguí para mi ser paciencia, tolerancia y paz. Paz no de inactividad, sino la paz que te provoca la satisfacción.
Agradezco infinitamente a mi Dios por los aprendizajes, por las bendiciones y por las oportunidades.
Y en este momento de reflexión me queda claro: ¡Ha sido uno de mis mejores años!
Gracias por este 2016 que se va...
Y que venga el año siguiente con sus retos y aprendizajes, que de eso se trata la vida. Y la vida como la comida, con sus justas cantidades de sal y pimienta para que sepa bien.